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Javier López | Secretario de CCOO Madrid
nuevatribuna.es | Actualizado 20 Febrero 2012 - 13:44 h.

“La muerte de la forma contemporánea del orden social debería alegrar más que conturbar el espíritu. Lo pavoroso, sin embargo, es que el mundo no deja tras de sí un heredero sino una viuda embarazada. Entre la muerte de uno y el nacimiento del otro habrá de fluir mucha agua, habrá de discurrir una larga noche de desolación y caos”.

Con esta cita de Alexandre Herzen, que escribía a mediados del siglo XIX en la Rusia zarista, Martín Amis, da inicio a su libro La Viuda Embarazada, una crónica de los cambios en los años 70, a la luz de un grupo de jóvenes ingleses alojados en un castillo italiano para pasar las vacaciones.

Traigo a colación esta cita porque los cambios que vivimos no me parecen menores que los que vivieron los revolucionarios rusos como Herzen, a mediados del siglo XIX, o los jóvenes herederos del mayo del 68. Y porque, además, me parece especialmente descriptiva de la situación que vivimos, desencadenada por la crisis, pero sometida a las tensiones propias de una sociedad y un país que no ha resuelto bien las cuentas con su pasado.

Debería alegrarnos, ciertamente, la muerte de un orden social, y económico como el que hemos vivido a lo largo de los últimos tiempos.

Debería alegrarnos asistir al final de un modelo de crecimiento poco productivo, asentado en la burbuja generada por la especulación inmobiliaria y un alto endeudamiento de empresas y familias con los bancos, para consumir bienes y servicios y, especialmente viviendas que, con un crecimiento desmesurado de sus precios, han generado un espejismo de riqueza que no existía, o que era mucho menor de lo que aparentaba.

Debía alegrarnos que la apariencia de riqueza fuera sustituida por una fotografía de la realidad económica que tenemos frente a nosotros. Siempre es mejor la verdad que vivir en la apariencia.

Debería alegrarnos reconocer los esfuerzos que hemos realizado en España en algunos temas como la sanidad, la educación, los servicios sociales, la atención a la dependencia, las pensiones, las prestaciones por desempleo. Temas que justifican el Estado Social que define nuestra Constitución. Temas en los que tenemos mucho que mejorar para acercarnos a Europa, pero que no conviene que despreciemos en sus logos.

Debería alegrarnos reconocer que nuestro sistema fiscal no es equilibrado, ni justo y que nuestro sistema financiero se ha volcado en obtener beneficios del sector inmobiliario y las familias endeudadas para comprar vivienda, perdiendo su vocación industrial y productiva de otras épocas.

Alegría que deberíamos sentir al levantar el velo de la corrupción y conocer que buena parte del crecimiento aparente se sustentaba en beneficios injustificables, pelotazos inmobiliarios, fraude fiscal, evasión de dinero a paraísos fiscales.

Sin embargo, no es la alegría lo que nos invade, sino el pavor ante el dolor que esta muerte está causando, en forma de paro, incertidumbre, pérdidas de recursos familiares, derechos laborales y prestaciones sociales. Todo ello en un momento en el que nadie sabe nada sobre el futuro que nos espera. Como bien dice Herzen, habrá de fluir mucha agua y discurrir una larga noche de desolación y caos, para superar esta situación.

Debería ser labor y tarea imperiosa del Estado, desde todas y cada una de sus instituciones, desde las fuerzas de Gobierno y oposición, desde todas y cada una de las Administraciones (Central, autonómica, o local), iluminar esta noche, unir voluntades frente al caos, prevenir el dolor y la desolación. Fortalecer el Estado Social y Democrático de Derecho. Reforzar los vínculos con la sociedad organizada y vertebrada.

Somos más pobres y lo seguiremos siendo durante muchos años. Podemos pactar y negociar los sacrificios, equilibrarlos, repartirlos. Podemos salvar el Estado Social haciendo que los servicios públicos y las prestaciones sociales mejoren su gestión, sin perder su calidad.

Podemos alumbrar un modelo económico más sólido y sostenible en el tiempo. Podemos reformar nuestro sistema financiero y nuestro sistema fiscal para contar con los recursos y el crédito necesarios. Podemos mejorar nuestras relaciones laborales.

Sin embargo, medidas unilaterales, injustas, desequilibradas, como la reforma laboral impuesta, son el mejor ejemplo de lo que no hay que hacer, porque sólo conseguirán sumirnos en el dolor, la desolación y el caos.

Las personas no lo merecemos. El país no puede permitírselo. Tras las impresionantes manifestaciones del 19 de Febrero, la sensatez debería imperar cuanto antes. El esfuerzo debe acometerlo el gobierno y debe hacerlo sin pérdida de tiempo. El tiempo para este país corre en contra.

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