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L’1 de novembre de 2014, el Partit dels i les Comunistes de Catalunya va acordar la seva dissolució com a partit polític i la cessió de tot el seu capital humà, polític i material a una nova organització unitària: Comunistes de Catalunya.

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(Por Patricio Echegaray)

En estos días se han cumplido 20 años del llamado “golpe de agosto” en la ex URSS. El domingo 18 de agosto de 1991, Mijail Gorbachov se encontraba de vacaciones a orillas del Mar Negro. A la madrugada de ese día, le fueron cortadas las comunicaciones telefónicas y le fue anunciada la creación de un Comité Estatal de Emergencia que se haría cargo de la situación del país. Columnas de tanques avanzaron sobre Moscú, instalándose frente a los edificios de Gobierno mientras miles de personas ganaron las calles y se acercaron a la "Casa Blanca", sede del Parlamento Ruso, desde donde Boris Yeltsin, de pie sobre uno de los tanques, llamó a la huelga general y declaró anticonstitucional el Estado de Emergencia.

Luego de tres días de incertidumbre, con enfrentamientos aislados y varias vicisitudes que aún hoy hacen dudar sobre la "seriedad" del intento de golpe de estado por antiguos integrantes del aparato estatal, Gorbachov vuelve a Moscú el 22 de agosto a la madrugada y anuncia que el golpe había fracasado.

La verdadera intención de los golpistas y las circunstancias de su fracaso, si fue por impericia propia o si solo se trató de una farsa, son algunos de los puntos oscuros que aún perduran sobre esos días de agosto.

De cualquier manera, fue una expresión política del grado de deterioro y degradación política en el que se debatía el PCUS. Un telón trágico caía sobre la Perestroika, que proclamando la justa y prometedora promesa de más democracia y más socialismo, labró el camino para la liquidación de la experiencia abierta en el octubre bolchevique.


De lo que parece no haber ya dudas, es que este "intento de golpe" fue escenario perfecto sobre el cual irrumpió la figura que protagonizaría el fin de la U.R.S.S., eclipsando internacionalmente la estrella aún fulgurante de Gorbachov: Boris Yeltsin.


El 8 de diciembre de 1991 se reunieron en la residencia de Viskhuli, a escasos kilómetros de la frontera con Polonia, las delegaciones de Rusia, Ucrania y Bielorrusia encabezados por Boris Yeltsin, Leonid Kravchuk y Stanislau Shushkevech para firmar el acuerdo de creación de la Comunidad de Estados Independientes (C.E.I).


Aunque los delegados que allí se reunieron presentaron el acuerdo firmado como surgido sobre la marcha de la misma reunión, este fue producto de un frío y calculado golpe de gracia que Boris Yeltsin tenía preparado contra Mijail Gorbachov y contra la existencia de la U.R.S.S.


Para no perder el efecto que causaría la "sorpresiva" decisión y tranquilizar a la vez a los EE.UU. sobre las consecuencias de la misma, Yeltsin informó de esto a George Bush antes que al propio Gorbachov.


Ante esta situación, Gorbachov declaró que esta medida era anticonstitucional y que toda reforma de este tipo debía ser consultada con el pueblo y el parlamento, recordando que él aún era el Jefe de la Fuerzas Armadas, en las que efectuó cambios de cúpula para ubicar oficiales partidarios de la Unión, sin dejar de observar la posibilidad que se produzcan fracturas al interior del Ejército Rojo. Esta medida tomada por los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia, de conformar la C.E.I., fue recibida con cautela, en las primeras horas, por los EE.UU., ya que temían por el destino de las armas nucleares depositadas en el territorio soviético al no depender más de un poder centralizado en el Kremlin, con el cual las relaciones habían mejorado ostensiblemente desde la llegada de Gorbachov al poder.


Pero más allá de estos reparos, fueron significativas las declaraciones del Secretario de Estado norteamericano, James Baker, quien el 9 de diciembre declaró: "Creo que la Unión Soviética que conocíamos ya no existe más".


El 12 de diciembre, Boris Yeltsin logra que el parlamento de la Federación Rusa vote la aprobación del acuerdo firmado en Minsk, capital de Bielorrusia, creando la Comunidad de Estados Independientes, lo que hace que Gorbachov deba aceptar la posibilidad de presentar su renuncia si la U.R.S.S. "es sepultada y el país es destrozado como un pastel".


Al mismo tiempo que la C.E.I. era aprobada por el parlamento ruso, el bloque de repúblicas centroasiáticas (Kazajstan, Tadjkistan, Kirguizia, Uzbekistán y Turkmenia) solicitaron su ingreso a la C.E.I. al igual que Moldavia y Armenia, lo que significó un duro golpe al ya debilitado poder de Gorbachov.


Hacia mediados de diciembre, Gorbachov; que ya en agosto -luego del fallido intento de Golpe de Estado- había resuelto la disolución del PCUS, otorgando la administración de sus bienes a los soviets (consejos); se encontró ante un panorama de vacío de poder, con un importante número de repúblicas adhiriendo a la C.E.I., y con Boris Yeltsin ostentando un cada vez más claro apoyo de los EE.UU. y de gran parte de la comunidad internacional.


Fue así que el 26 de diciembre de 1991, seis años después de haber llegado al poder y de lanzar las políticas de Glasnot y Perestroika, Mijail Gorbachov presentó su renuncia.

En un discurso pronunciado por la Red Nacional de Televisión, Gorbachov dejó en claro la "inquietud" que en él provocaba el proceso de "desmembramiento de la Nación y de la disolución del Estado" encabezado por Yeltsin.


Al finalizar su corto discurso, poco más de doce minutos, Gorbachov firmó su renuncia y el decreto por el cual entregaba a Boris Yeltsin, como presidente de la Federación Rusa, el control de las fuerzas nucleares.

Como último símbolo de la desaparición de la U.R.S.S., la bandera roja con la hoz y el martillo, fue arriada por última vez del edificio del Kremlin y reemplazada por la roja, blanca y azul de Rusia. De esta forma, quedó consolidada en el poder la figura de Boris Yeltsin, controvertido personaje, visto por algunos como un gran demócrata y por otros como un oportunista autoritario, quien asumió la responsabilidad de pilotear uno de los cambios más dramáticos en la historia de la ex-U.R.S.S con enormes consecuencias para el conjunto de la humanidad.


Fue el inicio de una desbordada revolución conservadora que, sin el contrapeso de la URSS, lanzó una feroz ofensiva sobre los pueblos que se dio a conocer con el nombre de globalización, definición que encubrió el auge del modelo capitalista de concentración y exclusión diseñado por el llamado Consenso de Washington.


Se desestructuraron los Estados de bienestar surgidos en Europa occidental en la pos segunda guerra mundial, instalando un modelo de concentración de la riqueza y aumento de la pobreza, mientras fructificaron las ideas que postulaban la maldad intrínseca del Estado y las bondades del mercado y la iniciativa privada.


Fue el acto cumbre de una tercera guerra mundial que libró en términos ideológicos y económicos, donde resultaron transitoriamente derrotados los ideales de la Revolución Rusa.

Pese a todo, la historia siguió en movimiento, los que prometieron paz y bienestar nos precipitaron en un mundo de guerras, concentración y financierización del capital, de desocupación y hambre para los pueblos. La soberbia de los triunfadores los llevó a declarar el fin de la historia, la muerte de las ideologías y a celebrar los funerales del marxismo.

Hoy, veinte años después, vivimos una situación que expresa un verdadero cambio de época. Estamos inmersos en la mayor crisis capitalista de la historia, de carácter civilizatorio, como consecuencia de los desastres realizados por el neoliberalismo. Asistimos al fracaso de quienes proclamaron la llegada de un nuevo orden mundial basado en la paz y la justicia una vez librado de la amenaza comunista.

Ante esto, enfrentamos nuevamente la necesidad de superar al capitalismo y retornar a los ideales comunistas. Vemos como nuestras ideas vuelven a formar parte del debate mundial y atraviesan las reflexiones de todos aquellos que buscan la conformación de un proyecto alternativo de sociedad. A veinte años de los sucesos que llevaron a la caída de la URSS, queda claro que muchas críticas hemos realizado y muchas enseñanzas nos ha dejado el desarrollo de esa experiencia, pero la historia y las tragedias que el poder capitalista han derramado sobre el mundo nos ponen nuevamente ante el desafío de, reivindicando los ideales comunistas, avanzar firmemente en la construcción de una sociedad más justa, por el camino del socialismo.