Texto íntegro de la conferencia pronunciada en León por el profesor Josep Fontana
(salvo pequeñas variaciones, es la misma que pronunció en la sede de Comisiones Obreras de
Catalunya en el consell de Comfia).
Josep Fontana
De lo que quisiera hablarles [1] no es tanto de la crisis actual como de lo que está ocurriendo
más allá de la crisis: de algo que se nos oculta tras su apariencia. Para explicarlo necesitaré
empezar un tanto atrás en el tiempo.
Nos educamos con una visión de la historia que hacía del progreso la base de una explicación
global de la evolución humana. Primero en el terreno de la producción de bienes y riquezas:
la humanidad había avanzado hasta la abundancia de los tiempos modernos a través de las
etapas de la revolución neolítica y la revolución industrial. Después había venido la lucha
por las libertades y por los derechos sociales, desde la Revolución francesa hasta la victoria
sobre el fascismo en la Segunda guerra mundial, que permitió el asentamiento del estado de
bienestar. No me estoy refiriendo a una visión sectaria de la izquierda, ni menos aun marxista,
sino a algo tan respetable como lo que los anglosajones llaman la visión whig de la historia,
según la cual, cito por la Wikipedia, “se representa el pasado como una progresión inevitable
hacia cada vez más libertad y más ilustración”.
Hasta cierto punto esto era verdad, pero no era, como se nos decía, el fruto de una regla
interna de la evolución humana que implicaba que el avance del progreso fuese inevitable –la
ilusión de que teníamos la historia de nuestro lado, lo que nos consolaba de cada fracaso-, sino
la consecuencia de unos equilibrios de fuerzas en que las victorias alcanzadas eran menos el
fruto de revoluciones triunfantes, que el resultado de pactos y concesiones obtenidos de las
clases dominantes, con frecuencia a través de los sindicatos, a cambio de evitar una auténtica
revolución que transformase por completo las cosas.
Para decirlo simplemente, desde la Revolución francesa hasta los años setenta del siglo
pasado las clases dominantes de nuestra sociedad vivieron atemorizadas por fantasmas que
perturbaban su sueño, llevándoles a temer que podían perderlo todo a manos de un enemigo
revolucionario: primero fueron los jacobinos, después los carbonarios, los masones, más
adelante los anarquistas y finalmente los comunistas. Eran en realidad amenazas fantasmales,
que no tenían posibilidad alguna de convertirse en realidad; pero ello no impide que el miedo
que despertaban fuese auténtico.
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