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Aquí teneis mi intervención de hoy en la Comisión de Asuntos Exteriores y Cooperación del Congreso donde comparece el Ministro Margallo para informar sobre la situación en Ucrania. Me he basado en distintos análisis y artículos de los que destaco los de Ernest Urtasun, Ángel Ferrero y Alejandro Nadal en un monografico de la revista Sin Permiso del que os acompaño el enlace

NUET


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UCRANIA


Quiero en mi intervención destacar especialmente el origen reciente del conflicto para poder juzgar a partir de ello los acontecimientos que se estan produciendo y delimitar las responsabilidades.

Los acontecimientos en Ucrania, con víctimas civiles, formación de milicias, golpe de estado y anexión rusa de Crimea, muestran a un país más dividido que nunca.

La voluntad de la UE y EEUU de incorporar a Ucrania –una nación con una identidad nacional frágil y en construcción– a su área de influencia con el fin de asegurar la hegemonía occidental ha conducido al país a una tensión que finalmente no ha sido capaz de soportar.

El rechazo del Gobierno ucraniano a la firma del Acuerdo de Asociación con la UE fue el desencadenante de las protestas del llamado Euromaidan en la Plaza de la Independencia de Kiev.

El rechazo al gobierno Yanukóvich incendió la protesta y la represión posterior la realimentó, en lo que hoy conocemos como Maidán

Las protestas tenían como base el temor, especialmente entre las clases medias urbanas, a la integración en la futura Unión Euroasiática (EUA) liderada por Rusia. La indecisión del gobierno sobre uno y otro proyecto de integración contribuyeron a la escalada de tensión.

Las aspiraciones de justicia social se vieron rápidamente enturbiadas por la entrada en juego de la injerencia extranjera, primero, y la infiltración de grupos de extrema derecha, después.

Udar, el partido de Vitali Klitschkó (apoyado por la Fundación Konrad Adenauer de la CDU de Angela Merkel), y Patria, el partido de Timoshenko liderado por Arseni Yatseniuk, vieron en Svoboda, un partido neofascista, un ariete con el que derribar al Gobierno, empleando el elevado grado de organización y la experiencia de sus militantes en protestas violentas.

Finalmente se perpetró un golpe de Estado por parte de milicias organizadas que tomaron el poder conculcando los preceptos constitucionales, los mismos que se citan para criticar la anexión de Crimea por parte de Rusia.

Europa no puede cerrar los ojos antes la persecución a la que están siendo sometidas hoy las minorías y las comunidades judías por parte de paramilitares de extrema derecha que actúan con total impunidad. Pero, en lugar de condenarlas, los dirigentes europeos han legitimado a estas fuerzas. ¿Cómo juzgar la fotografía del ministro alemán de Exteriores, Frank-Walter Steinmeier, sentado en la misma mesa que Oleh Tiagnibok, el líder de Svoboda?

La UE ve en Ucrania un país de tránsito de gas y petróleo procedente de Rusia y el mar Caspio, grandes superficies de tierra cultivable y una enorme bolsa de mano de obra cualificada y barata. A ello se suma la sumisión de la política de vecindad de la UE hacia el Este a los intereses de la OTAN. No debemos olvidar que Ucrania es un capítulo más de la ampliación de la Alianza atlántica, iniciada tras la caída del Muro y después de que EEUU rompiera la promesa realizada a Gorbachov de que la OTAN no pisaría sus fronteras.

La OTAN no sólo no desapareció, sino que cultivó sus ambiciones estratégicas en lo que había sido el espacio soviético durante la guerra fría. Esa expansión se inició con Clinton y prosiguió con Bush.

En 1999 Polonia, Hungría y la República checa ingresaron a la OTAN, en medio de un feroz debate y la oposición de Rusia. En 2004 tocó el turno a las repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania), además de Eslovenia, Bulgaria y Rumania

En 2008 George W. Bush propuso planes para que Georgia y Ucrania se convirtieran en miembros de la OTAN. Por eso el comunicado del encuentro de la OTAN en abril de ese año señala que Georgia y Ucrania serán miembros de la OTAN, aunque sin especificar la fecha. El conflicto entre Rusia y Georgia de 2008 alertó a los europeos sobre el riesgo de seguir por esta vía y eso frenó los planes para acelerar los pasos de acceso de Ucrania a la OTAN. La consecuencia de todo este proceso ha sido la de afianzar las opciones nacionalistas rusas al comprobar que Washington y sus aliados no habían abandonado sus prioridades de la guerra fría y su estrategia seguía siendo rodear Rusia por todos sus flancos.

Ante la presión de la política del Gobierno ruso hacia la inmediata vecindad rusa para reconstruir el antiguo espacio de influencia soviético, el papel de la UE no es forzar a cualquier precio a que Ucrania salga de su órbita para integrarse en la europea. El papel de la UE debería haber sido el de apoyar un proceso democrático de unidad nacional para que el país mantuviera la cohesión y las urnas permitieran un gran acuerdo nacional sobre su futuro encaje. Una futura perspectiva de aproximación a la UE sólo puede ser decidida libremente por los ciudadanos ucranianos, no forzada y al precio de desestabilizar el país.

La vecindad europea hacia el Este no puede construirse a partir de los intereses geoestratégicos de Alemania ni a partir de la construcción de un Hinterland de seguridad. Europa debe fomentar una vecindad pacífica, democrática y respetuosa con los derechos humanos, todo lo contrario a lo acontecido en Kiev.

El espacio geográfico entre la UE y Rusia no puede convertirse en un campo abierto al enfrentamiento. Los pueblos que lo habitan no lo merecen.

Europa debe ser proactiva en la defensa de la democracia y los derechos en el Este. A ello ayudaría, por ejemplo, una política de movilidad y de visados más favorable a los intercambios, otra política comercial que no vincule los acuerdos con la UE a los temibles planes de estabilización del FMI. Y, desde luego, apoyando a la sociedad civil democrática, no a cualquier organización política que convenga por el simple hecho de servir a los propios intereses.

El Parlamento ucraniano aprobó en cuestión de horas una batería de leyes, entre las cuales la eliminación de la cooficialidad del ruso, y se ha propuesto la prohibición del Partido Comunista.

Hay que poner fin a las injerencias y exigir que se detenga la escalada de violencia. Hay que proceder al desarme de las partes e iniciar un diálogo democrático que permita a través de una nueva constitución un sistema de partidos representativo de la pluriculturalidad y plurilingüismo ucraniano así como un sistema territorial federal que permita la autonomía y el autogobierno de las distintas regiones que integran el país.

Ucrania tiene que ser una nación soberana. Corresponde a los ucranianos y a nadie más decidir su futuro, libres de presiones. De todas las organizaciones multilaterales, la OSCE parece a día de hoy la más indicada para garantizar la supervisión de un diálogo entre todas las partes implicadas que permita una salida democrática en la que sean los ciudadanos de Ucrania quienes decidan su propio futuro. En Ucrania termina Europa y empieza Rusia. El país lo tenía todo para convertirse en el terreno para el necesario reencuentro entre ambos mundos. Forzando su elección entre una u otra, sólo se la empuja al abismo.

Es necesario un alto el fuego en la región, la creación de pasillos humanitarios y la atención a la población civil desplazada, especialmente en las regiones del este de Ucrania.

Hay que permitir una investigación objetiva del derribo del avión de Malasian Airlines abatido el pasado 17 de julio, identificar y juzgar a los responsables de la tragedia.

Las sanciones de EEUU y la UE a Rusia no son la solución, mantienen la tensión y reproducen los esquemas de “guerra fría” e intento de aislamiento de Rusia que antes hemos criticado. Las sanciones repercutirán no solo sobre la economía rusa sino también sobre la economía europea, profundamente interconectada con la rusa.






Font: El Bloc de Joan Josep Nuet

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