Article publicat ahir
a La Jornada, de Mèxic
Carlos
Fazio
.
El pasado 23 de julio, durante una ceremonia oficial, Felipe Calderón
pidió un minuto de silencio por el deceso del contrarrevolucionario cubano
Oswaldo Payá, acaecido un día antes en la isla a raíz de un accidente
automovilístico. Ante la muerte de tantos buenos cristianos en el mundo, fue un
hecho desusado que reveló una intencionalidad político-ideológica. Máxime,
cuando al calificar a Payá de uno de los más valientes y comprometidos
luchadores por la libertad y los derechos humanos en Cuba, Calderón recuperaba
la añeja matriz de opinión acuñada por Ronald Reagan en los tiempos de su guerra
encubierta contra la Nicaragua sandinista: aquella de la guerra fría que, con
base en la doble moral imperial, identificaba como luchadores por la libertad a
connotados terroristas sufragados por la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
Payá encabezaba el Movimiento Cristiano de Liberación Nacional, grupúsculo
auspiciado y financiado por la comunidad de inteligencia de Estados Unidos. De
allí que –y dada su investidura de presidente de México–, lejos de reflejar un
sentido ético y humanista, el lamento de Calderón Hinojosa fue un guiño sumiso a
los patrocinadores del extinto Payá en Washington.
Calderón guardó un
minuto de silencio y reveló que durante su pasada visita a la isla, los días 11
y 12 de abril, quiso hablar con Oswaldo Payá, pero no fue posible. Sin embargo,
no dijo por qué. Una pista sobre las razones de su mensaje críptico podría estar
en el editorial La verdad y la razón del diario Granma del 31 de julio, donde el
gobierno de Raúl Castro dio respuesta a la campaña de intoxicación
propagandística orquestada por el Departamento de Estado a través de los
monopolios mediáticos y las redes informáticas internacionales, que buscó
presentar la muerte accidental de Payá como un asesinato político manufacturado
por el Estado cubano.
Tras reseñar las afinidades político-ideológicas y
las actividades conspirativas de los dos extranjeros que viajaban con Payá el
día del accidente, el hispano Ángel Carromero, cercano al ex jefe del Estado
español José María Aznar y a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza
Aguirre, representantes del ala franquista del Partido Popular, y el sueco Jens
Aron Modig, del Partido Demócrata Cristiano Sueco, émulo del ultraconservador
Tea Party estadunidense, el órgano oficial cubano confirmó la detención de
cuatro jóvenes mexicanos acusados de prácticas subversivas durante la visita del
papa Benedicto XVI a Cuba en marzo último, con el auspicio de René Bolio
Hallorán, ex senador suplente del Partido Acción Nacional (PAN) y con vínculos
confesos con grupos contrarrevolucionarias de Miami, como el Directorio
Democrático Cubano (DDC), organización fachada de la CIA.
Bolio fue
compañero de la fórmula que encabezó en el periodo 2000-2006 Cecilia Romero
–surgida del grupo ultraderechista El Yunque, ex comisionada del Instituto
Nacional de Migración y actual secretaria general del PAN–, y dejó de militar en
ese partido en 2007. En la actualidad forma parte del movimiento Volver a
Empezar (VAE), que encabeza el ex dirigente nacional panista Manuel Espino.
Bolio, Espino y los miembros del VAE se aliaron con los ex perredistas Rosario
Robles, René Arce y Víctor Hugo Círigo para formar un nuevo grupo denominado
Concertación Mexicana, que apoyó la candidatura presidencial del priísta Enrique
Peña Nieto.
En sendos testimonios presentados por la televisión cubana,
los cuatro jóvenes turistas mexicanos admitieron que fueron reclutados en México
por Bolio y su colaborador Miguel Ángel Pateyro, y entrenados y pagados por los
líderes del Directorio Democrático Cubano, Orlando Gutiérrez Boronat y Jenisset
Rivero. ¿Su misión? Realizar operaciones de abastecimiento (entre otros medios,
celulares, computadoras portátiles y memorias USB) y suministrar propaganda
clandestina a grupúsculos de la oposición interna, e incitar al pueblo a
convertir las parroquias en centros de lucha, distribuir panfletos
anticastristas y realizar desórdenes y protestas callejeras durante las
actividades del papa Benedicto XVI, con la finalidad de aprovechar la cobertura
mediática para desacreditar al gobierno. Con anterioridad se había habilitado el
sitio de Facebook Por el Levantamiento Popular en Cuba, que registra 13
proyectos para promover la desobediencia civil.
En declaraciones al
semanario Proceso, Bolio reconoció ser amigo de Gutiérrez Boronat y Pateyro, y
haber colaborado con el envío de documentos y materiales de resistencia civil a
la isla. Las actividades desestabilizadoras de Bolio y sus socios del DDC
miamense –que forman parte del mismo plan conspirativo del que participaron
Carromero y Modig, con los trágicos resultados conocidos– se inscriben en la
política de cambio de régimen de la Casa Blanca, que sueña con fabricar las
condiciones para un estallido social –el esquema utilizado antes en Libia y
ahora en Siria– a fin de propiciar una intervención militar encubierta del
Pentágono.
Más allá de las actividades del neosinarquista Bolio –quien
reveló que el PRI de Peña Nieto es el de Ernesto Zedillo, que fue muy duro con
el gobierno de Castro–, Felipe Calderón debería preocuparse de que el territorio
mexicano no fuera utilizado para orquestar acciones subversivas contra el pueblo
y el gobierno cubanos. Pero su entreguismo a Washington está documentado. Por
ello sería deseable que el Congreso de la Unión y las autoridades jurídicas y
fiscales supervisaran e investigaran de dónde provienen los recursos que entran
en el país para sufragar las actividades clandestinas de organizaciones como el
Directorio Democrático Cubano, que están utilizando a jóvenes mexicanos como
emisarios. Sin duda, la ruta del dinero los conducirá a la Agencia de Estados
Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y una red de instituciones y
organizaciones pantallas de la comunidad de inteligencia
estadunidense.