Los comunistas colombianos: de nuevo en la mira
Por
el recodo del camino, por vigésima vez a lo largo de aquella tarde, se
le apareció el hombre a quien debía matar. Avanzaba con paso corto, con
el negrísimo cañón de su fusil sobresaliendo a la derecha del cuello. El
emboscado tembló; esta vez no era un espejismo. El acechado venía
realmente.
Abril Quebrado (Ismaíl Kadare)
Almudena Grandes, la prolífica escritora madrileña, decía en una entrevista para el diario El País de España de que “en la historia del Partido Comunista Español hay suficiente gloria como para no ocultar sus miserias”.
Igual pienso sobre el Partido Comunista Colombiano – organización que
en julio pasado clausuró su XXI Congreso en Bogotá -: es tanta la cuota
de sangre y martirio que ha pagado su militancia desde su fundación
hasta el día de hoy que, esta dramática circunstancia, ameritaría que
las páginas de los textos de Historia de Colombia, fueran emborronadas
con algunos pasajes o vicisitudes por las que ha transitado este
colectivo político.
Hubo una generación de
comunistas colombianos dueños de una voluntad de hierro que, al igual
que ciertos personajes de Balzac, eran capaces de redimir a criminales
presos en una cárcel y constituir con ellos una célula de Partido. Y que
decir de los comunistas de finales de los ochenta y principio de los
noventa, mujeres y hombres que iban hasta la piedra de los sacrificios
para que les pegaran un balazo sin rechistar, tal como si fueran dianas
para practicar el tiro al blanco o aquellos que proclamaban a los cuatro
vientos las orientaciones del Partido en medio de leones hambrientos.
Parecían motivados por la misma clase de fe con la que los cristianos
primitivos proclamaban su evangelio. Cuantos comunistas eran enviados
por las estructuras partidarias a los más apartados lugares del país
para reemplazar a un alcalde o un concejal dela Unión
Patrióticaasesinado en la víspera. Y se iban, por mera lealtad a la
organización. Atornillados a sus miedos y llevando como arma para
defenderse únicamente sus convicciones morales. Sabían que unas cuantas
horas después iban a morir a balazos, a machetazos, a piedra, a garrote…
pero iban.
Pero la historia de los
comunistas colombianos no solamente ha sido de sacrificios útiles e
inútiles, de aciertos y desaciertos, sino también la historia de hombres
mundanos, de mujeres cosmopolitas. Debo confesar que, el hecho de
haberme iniciado enla Juventud Comunistade Barranquilla, hizo que mi
vida cambiara radicalmente y cambiara de muchas maneras. Encontré entre
las filas de los comunistas caribeños a un humanista como Amílcar Guido,
un maestro que podía enseñar Relaciones Internacionales en cinco
lenguas, cuando en ese entonces pocos colombianos se podían jactar de
haber viajado al otro lado del Atlántico. Escuché en algún acto
organizado por intelectuales de izquierda a Jorge Artel, el poeta negro y
comunista, descrito por Ramón Vinyes – el sabio catalán – en una
columna de El Heraldo de Barranquilla como “un autentico peso fuerte”.
Participé en la misma célula de Partido en la que militaba Juan B.
Arteta, hijo de terrateniente y egresado dela Universidad Javeriana,
quien se deshizo de su herencia para que su vida fuera coherente con las
ideas por las que luchaba. Compartí en las cantinas de mala muerte con
mujeres comunistas libres de prejuicios y que les importaba un pito que
las beatas las tildaran de “blasfemas” y “libertinas” porque su ideal no
era llegar vírgenes al matrimonio sino la de emular a Flora Tristán o
Inés Armand.
Valores que aún conservo, no
tengo dudas, lo debo a mi formación comunista. Admito que cada persona
es libre de elegir el lugar político donde se sienta más cómodo e
incluso pasar de la izquierda a la derecha o viceversa. Empero, no
alcanzo a comprender porqué razón algunos que se enjuagaron en los
manantiales de la ideología comunista y aprendieron el abecé de la
política entre los comunistas, amén de que conocieron el mundo a través
de los comunistas, hoy se satisfacen en escupir a la cara a sus ex
camaradas que se empecinan en seguir siendo comunistas. Vete con tu
música a otra parte y no mires para atrás a riesgo de convertirte en una
estatua de sal. La expulsión de los comunistas por cuenta de los ex
comunistas en las alturas del Polo se podría interpretar como una
comparsa si estuviéramos en un país distinto a Colombia. Lamentablemente
estamos en Colombia: un país en donde no ha habido tregua para los
comunistas.
En casi todo el mundo los
Partidos Comunistas siguen siendo organizaciones que luchan por las
transformaciones sociales respetando las reglas democráticas y el
Partido Comunista Colombiano no es la excepción. Es más, llamarse
comunista por estos tiempos, a veces es un simple estado de ánimo, como
sucede con los nostálgicos y los que refunfuñan del pasado pero siguen
allí, votando por las listas de sus ex camaradas. En el siglo veintiuno
se puede aún encontrar a curtidos comunistas que se les eriza la piel
cuando escuchan La Internacional en una manifestación
callejera y compran sagradamente la prensa partidaria y también se puede
ver a adolescentes militando a través de Internet, como lo hace, según
él, el bisnieto de uno de los fundadores del PCC. Es una lastima y un
menoscabo a la cultura política moderna que los anticomunistas
colombianos aún no se hayan enterado de que la llamada “Guerra Fría”
terminó en el siglo pasado.
Quisiera sugerir cuatro
lecturas publicadas en la última década que, desde mi punto de vista,
contribuyen a entender el pasado, el presente y el futuro de los que
siguen allí, mirando hacía la hoz y el martillo y para los que miran
hacia otra parte.
El primero: Liquidando el pasado.
Una compilación a dos manos (Klaus Meschkat y José María Rojas) que
presenta, sin editar, el cruce de cartas entre los integrantes del
núcleo fundacional del PCC yla Komintern. No se trata de estimular la
deleznable cultura del renegado sino la de desmitificar a quienes
optaron por la lucha revolucionaria y entender que aquellos hombres
eran, por supuesto, de carne y hueso. Luchadores que arrastraban consigo
las miserias propias de la condición humana y simultáneamente
sacrificaban su libertad y hasta la vida misma por una idea.
El segundo: Llamadme Stalin.
Escrito por el potente historiador británico, Simon Sebag Montefiori,
esta biografía de Stalin se lee como si fuera una novela. Siguiendo la
tradición de los historiadores ingleses, Montefiori fue hasta el Cáucaso
para desenterrar centenares de documentos inéditos relacionados con el
sucesor de Lenin. La rigurosa investigación historiográfica que
reconstruye la vida de Stalin a partir de su nacimiento hasta octubre de
1917 demuestra que no todo lo que se ha dicho y escrito sobre este
personaje del siglo Veinte fue cierto ni todo ha sido mentira. Una
lectura obligatoria para entender la historia dela Revolución Rusa,la
URSS y el movimiento comunista internacional.
El tercero: El Hombre que amaba a los perros.
El autor cubano (Leonardo Padura), rompió su trayectoria negro criminal
y con gran versatilidad rehizo mediante una novela la vida de Trotski y
la de su asesino: Ramón Mercader. El éxito de la novela de Padura es
indiscutible hasta el punto de que fue lanzada una edición en Cuba – un
país donde hasta hace unos años nombrar a Trotski equivalía a mencionar
al mismísimo demonio – y a la postre ganó el Premio dela Crítica
Literaria 2011 que otorga la isla. Somos muchos los que pensamos que con
Trotskila Revolución Rusa ganó a un cuadro y la literatura perdió a una
gran promesa.
El cuarto: Años Interesantes.
Eric Hobsbawm, considerado por el mundo académico como el más grande
historiador viviente, cuenta los sucesos del siglo veinte a partir de su
militancia comunista. La obra del historiador marxista posee una
tremenda fuerza literaria y sobre todo enseña como un comunista educado
en Cambridge puede mantener su militancia y su decoro mediante el aggiornamento, es decir, adaptando el discurso y las perspectivas con los nuevos tiempos.
Coda: A José Obdulio Gaviria, quien me achaca no sé qué militancia, le recomendaría leer El Tercer Reich,
una novela escrita por el fallecido Roberto Bolaño – a mi modo de ver
el mejor escritor hispanoamericano de los últimos años – que trata sobre
los juegos de guerra. Es una historia divertida, como todo lo que
escribió el narrador chileno. Para mí la guerra es un capítulo cerrado y
más aún ahora cuando se habla en voz alta, y sin miedo, de paz y
reconciliación. Sin embargo, cuando quiero conocer los pormenores del
conflicto que persiste en el país, busco enterarme a través de las voces
autorizadas, como las de los generales Alejandro Navas y Sergio
Mantilla de las Fuerzas Militares o Fabián Ramírez de las FARC, hombres
que llevan más de tres décadas viviendo en carne propia los
padecimientos de la guerra. Una cosa son los juegos de guerra, donde
incluso se puede conseguir que Hitler ganela Segunda Gurra Mundial, y
otra cosa es la guerra, un asunto bastante serio, como para dejarlo en
manos de diletantes.
/ Por Yezid Arteta Dávila
Pueden leer tambien el artículo en : En el puente a las seis es la cita. y en Arco Iris